Los hechos a sangre fría
Philip K. Tompkins. Esquire, junio de 1966
(Traducción: Verónica Puertollano)
Lo que podemos pedirle a la «novela de no ficción» es que no contenga ficción. Y si lo hace, preguntar ¿por qué lo hace?
Como todos los americanos alfabetizados ya deben saber, A sangre fría es el «relato real de un asesinato múltiple y sus consecuencias». A finales de 1959, cuatro miembros de la familia de Herbert W. Clutter fueron atados y asesinados a tiros en Holcomb (Kansas) por Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith. Casi cinco años y medio después, los asesinos fueron ahorcados; esta ejecución permitió a Truman Capote completar el último capítulo de lo que vino a ser llamado la sensación literaria del año. A sangre fría está estructurado en cuatro partes principales y ochenta y seis capítulos sin numerar que por lo general alternan los sucesos de Kansas y los viajes de los asesinos. En realidad, los capítulos son más bien relatos cortos; muchos de ellos se mantienen por sí mismos con poco o ningún contexto adicional. En conjunto, constituyen la sustancia de la reclamación de Capote, la de que él ha establecido una nueva forma literaria: la «novela de no ficción».
¿Cómo se evalúa una nueva forma literaria? ¿Requiere un nuevo método de crítica? Obviamente, uno debe comenzar por preguntarse por el propósito del autor. Si la novela es definida como «ficción narrativa en prosa de considerable extensión», la nueva forma de Capote debe ser una contradicción en sí misma: ficción de no ficción. No puede tenerlo todo a la vez; y parece no quererlo todo a la vez. Por ejemplo, Capote le dijo al Saturday Review: «Y entonces tengo esta idea de hacer una gran obra realmente seria, y sería exactamente como una novela con una sola diferencia: todas sus palabras serían verdad, desde el principio hasta el final.» Cada entrega del New Yorker comenzaba con esta nota del director: «Todas las citas de este artículo son tomadas o de los archivos oficiales o de las conversaciones, transcritas literalmente, entre el autor y los protagonistas.» La afirmación más fuerte de Capote sobre la autenticidad de su libro fue hecha en el The New York Times Book Review: «Uno no se pasa casi seis años con un libro, cuyo objeto es la exactitud de los hechos, para permitirse después la mínima distorsión.» El señor Capote nos pide que creamos que su libro es cierto y que carece incluso de la «menor distorsión.»
Parece como si los criterios de la crítica novelística convencional no pudieran ser plenamente aplicados a esta obra. ¿Cómo puede uno ser crítico con las probabilidades de una trama de acontecimientos reales? Los únicos criterios pertinentes parecen ser los aplicados normalmente al periodismo y a la historia. En otras palabras, ¿es la obra un buen reportaje? Si los hechos son la base de la trama, si el éxito artístico de esta obra debe descansar sobre la precisión de esos hechos, ¿es cierto el relato que el autor hace de los acontecimientos, según estándares objetivos?
Kansas es mi país de origen. Crecí en Wichita y he pasado por Garden City y Holcomb muchas veces en mi camino de ida y vuelta a la facultad, en Colorado. Di clase durante dos años en la Universidad de Kansas, en la que un personaje secundario del libro de Capote estuvo matriculado de uno de mis cursos.
El 4 de febrero de 1966, una mañana fría y nevosa en Detroit, emprendí un viaje de nueve días a Kansas para buscar testimonios externos. Mis métodos fueron los del periodismo convencional: entrevistas con los protagonistas y una búsqueda de confirmación documental. Fui adelantado en mi búsqueda por otro periodista con los mismos intereses. En un largo artículo del Times de Kansas City del 27 de enero con numerosas fotografías, Robert Pearman sugería la posibilidad de varias imprecisiones menores en el libro entrevistando a algunos de los protagonistas en Garden City y Holcomb.
Bobby Rupp, la última persona (aparte de los asesinos) que vio a los Clutter con vida, le dijo a Pearman: «Él [Capote] pone cosas allí que para la gente puede ser una buena lectura, pero los que estuvieron realmente involucrados saben que exageró un poquito… Me puso como una especie de gran estrella atlética y en realidad sólo soy un jugador medio de baloncesto de pueblo.» (Esto no es falsa modestia por parte de Rupp; hablé con varias personas que le habían visto jugar.) «Y él siempre me saca corriendo una y otra vez a casa de los Clutter. Yo no hice eso.»
Y la conclusión del artículo de Pearman: «Hay un personaje en el libro sobre el que Capote estaba completamente equivocado: Babe, el caballo de montar de Nancy Clutter. El caballo de Capote es vendido para el arado a un granjero menonita por 75 dólares.»
[Capote escribió: «He oído cincuenta… sesenta y cinco… setenta…» las pujas se resistían, nadie parecía realmente querer a Babe, y el hombre que se la llevó, un granjero menonita que dijo que la podría usar para el arado, pagó por ella setenta y cinco dólares. Cuando la sacaba del corral, Sue Kidwell corrió y levantó la mano como para decirle adiós, pero tuvo que llevársela a la boca.]
«“Maldita sea, ni siquiera pude hacer una oferta hasta que la yegua alcanzó los 100 dólares”, dice Seth Earnest, padre del director de la oficina de correos, y el hombre que en realidad compró a Babe. El señor Earnest ni es menonita por su religión, ni granjero por su ocupación».
«“Di 182.50 dólares por Babe”, dijo. “La quería por un par de razones. Una era sentimental y la otra era que iba a tener potros de un caballo registrado como Cuarto de Milla, Aggie Twist, y quería el potrillo.”»
«En épocas de verano Babe es usada por la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) para enseñar a los niños a montar.» «Para Earnest, éste es un final mucho más feliz para el caballo de Nancy Clutter que el destino que le había deparado Capote y algo que Nancy, que quería mucho al caballo, habría suscrito sin dudarlo».
La cuestión importante sobre esta interpolación más bien menor es que proporcionó la floritura que Capote necesitaba para completar el relato corto número setenta.
Si las discrepancias en el relato de Capote fueran todas tan menores como estas, uno podría fácilmente descartarlas como nimiedades. En cambio, llevan a preguntarse cuánta licencia puede permitirse un reportero supuestamente objetivo en la selección e interpretación de un conjunto de hechos frente a otro conjunto de hechos igual de convincentes o incluso más. En la vida, la verdad es complicada y a menudo ambigua. Lo mismo sucede con la verdad del arte. Pero el artista, para lograr su objetivo, puede eliminar ciertas complicaciones incómodas para expresar mejor una verdad más amplia. Dado que Capote no ha elegido situarse con A sangre fría en el arte sin más, sino que reclama verdad literal, tomar conciencia del método de Capote para presentar el clímax de A sangre fría resulta instructivo y perturbador. El clímax es literal e irónicamente el momento de la verdad en el libro; hasta ese punto, el lector no está seguro de simplemente cómo, y por quién, fueron cometidos los asesinatos de los Clutter. En el capítulo sesenta y uno sabemos que, aunque Hickock ha prestado declaración en la prisión de la ciudad de las Vegas culpando a Smith de los cuatro asesinatos, Smith ha admitido sólo la falsedad de su coartada —nada más. Capote escribió:
Y aunque Duntz [agente del KBI] había perdido la compostura —había abandonado, junto a la chaqueta y la corbata, su enigmática y somnolienta dignidad—, el sospechoso parecía contenido y sereno; se negó a retractarse: no había oído hablar nunca de los Clutter, ni de Holcomb, ni tampoco de Garden City.
En el capítulo sesenta y tres (el capítulo intermedio es un flashback al Café de Hartman en Holcomb), los agentes del KBI Dewey y Duntz, junto con Smith, van en el primero de dos coches en caravana en dirección a Garden City. Smith sigue sin retractarse. Los agentes intentan pinchar a Smith para que confiese repitiéndole partes de la confesión de Hickock —sin éxito. El agente Dewey, sin esperar una respuesta distinta del acusado, menciona un incidente según el cual Smith, supuestamente, había apaleado a un negro hasta la muerte algunos años antes.
Dewey, sorprendido, ve que el prisionero ahoga un grito. Se retuerce en su sitio hasta que puede ver, por la ventanilla trasera, el segundo coche de la caravana, y su interior: «¡El tipo duro!» Dándole la espalda otra vez, contempla la línea negra de la autopista que cruza el desierto. «Pensaba que era un truco. No me lo creía. Que Dick se fuera de la lengua. ¡El tipo duro! Ah, un verdadero hombre de hojalata. No le haría daño ni a las pulgas de un perro. Se limitaría a atropellar al perro.» Escupe. «Yo nunca he matado a ningún negro. Pero él lo pensaba. Siempre supe que si alguna vez nos cogían y si alguna vez Dick cantaba de verdad y echaba las tripas por todo el maldito suelo, sabía que hablaría del negro.» Escupe otra vez. «¿Así que Dick me tenía miedo? Tiene gracia. Tiene mucha gracia. Lo que él no sabe es que casi le pego un tiro.» Dewey enciende dos cigarrillos, uno para él y otro para el prisionero. «Háblanos de ello, Perry.»
P: ¿Dónde fue eso?
R: En la Jefatura de Policía de Las Vegas.
P: ¿Le dio alguna información relativa a los crímenes?
R: Sí. Le dije a Perry Smith que Hickock les había dado a los otros agentes una declaración y que Hickock había dicho que habían vendido la radio, la radio portátil que habían cogido de la habitación de Kenyon Clutter, que la habían vendido en la ciudad de Méjico. Le dije a Smith que íbamos a enviar a un agente allí a por la radio y que antes de enviar a este agente quería estar seguro de que la radio estaba donde Hickock decía que estaba, que estaba allí. En esta ocasión, estuvieron presentes mientras hablaba con Perry Smith el señor Duntz y el señor Nye de la Oficina de Investigación de Kansas (KBI). El señor Nye le dijo a Perry Smith que Hickock había dicho que él vendió la radio portátil, y Smith dijo que era verdad.
P: ¿Le dio alguna otra información en relación con los crímenes en ese momento?
R: No, señor.
P: ¿Mantuvo posteriormente alguna otra conversación con él?
R: Sí. Hablé con Perry Smith más tarde aquel mismo día, que era 4 de enero de 1960. Esa vez hablé con él cuando estábamos en el coche en el camino de vuelta a Garden City.
P: ¿Quiénes estaban con usted en ese viaje de vuelta a Garden City?
R: Smith, el señor Duntz y yo íbamos en un coche. El sheriff Robinson, el señor Church, de la Oficina de Investigación de Kansas, y Hickock iban en el otro coche.
P: ¿Dice que en la vuelta le dio alguna información adicional?
R: Sí.
P: Le pediría que le contara al tribunal y al jurado lo que le dijo.
R: Cuando nos íbamos de Las Vegas, antes de que saliéramos de la ciudad, el sheriff Robinson, Hickock y el señor Church iban en el primer coche. El señor Duntz, Perry y yo les seguíamos, y Perry pudo ver en el coche de delante que Hickock estaba hablando, y Perry nos dijo, dice: «¿No es un tipo duro?», refiriéndose a Hickock. Dice: «Mira cómo habla.» Dijo «Hickock me dijo que si alguna vez nos cogían que no íbamos a decir ni una palabra pero ahí lo tienes, desgañitándose.» Me pidió entonces que le dijera lo que Hickock había dicho en relación con el asesinato de la familia Clutter, sobre quién les había matado. Le dije a Perry que Hickock decía que él los había matado a todos. Perry me dijo que eso no era cierto, pero dijo: «Yo maté a dos de ellos y Hickock a los otros dos.»
Se pueden deducir algunas cosas a partir de este testimonio. La primera, contraria al relato de Capote, que Perry había empezado a largar en la prisión de la ciudad de Las Vegas. Sus comentarios sobre la radio de Kenyon Clutter le implicaban en el crimen. La segunda, contraria al relato de Capote, que Dewey, Duntz y Smith no iban en el primer coche; Smith no pudo haber visto nada, excepto una línea negra de una autopista que cruza el desierto, que le hiciera girarse y mirar por la ventanilla de atrás en ese momento. La tercera, contraria al relato de Capote, que el sheriff Robinson iba en el primer coche (Capote no menciona a Robinson ni en el viaje a Las Vegas ni en la vuelta a Garden City). De hecho, el coche que iba delante era el de Robinson; el relato del viaje del Telegram de Garden City informaba de una pequeña crisis cuando al coche de Robinson se le quemó el rodamiento de una rueda en Lamar (Colorado) y Hickock tuvo que ser transferido dos veces para llevarle a Garden City. La cuarta, contraria al relato de Capote, que no fue el incidente del negro lo que provocó la repentina confesión de Smith. Más bien, fue que Perry observara la locuacidad de Hickock en el coche de delante.
Llegados a este punto empiezo a preguntarme sobre el incidente del negro. ¿Había Dewey olvidado sin más que contándole esta historia había forzado a Smith a reaccionar y confesar? La respuesta vino más tarde, en el testimonio de Duntz sobre los mismos hechos (páginas 276 a 282 de la transcripción). Después de establecer que él, Duntz, se había familiarizado por primera vez con Smith «a comienzos de marzo de 1956» (una coincidencia que no se menciona en el libro), Duntz pasó a mencionar la primera vez que Smith se había autoimplicado en el caso Clutter. El interrogatorio directo es realizado por el fiscal del condado, Duane West:
R: Eso fue también en la Jefatura de Policía y justo nos estábamos organizando para salir, y el agente Nye hacía los preparativos para ir a buscar la radio que, según nuestras informaciones, había sido robada. El señor Dewey le preguntó a Perry si no le importaba contarnos dónde estaba la radio.
P: ¿Lo hizo?
R: Sí, lo hizo.
P: ¿Qué les dijo en ese momento?
R: Por lo que recuerdo, declaró que había sido vendida en la ciudad de Méjico a la misma persona que había comprado el coche de Richard Hickock.
P: Señor Duntz, ¿qué otra conversación tuvo con el acusado, si la tuvo?
R: Muy poca. No recuerdo nada más allí, en la Jefatura de Policía, después de aquello.
P: ¿Tuvo alguna conversación con el acusado después de que dejaran Las Vegas?
R: Sí.
P: ¿Podría decirle al jurado dónde y cuándo se produjo esta conversación?
R: Fue poco después de que hubiéramos dejado Las Vegas de vuelta a Kansas.
P: ¿Le podría contar al jurado lo que sucedió exactamente, como usted lo recuerde?
R: Perry le preguntó... —¿Le importa si me aclaro a mí mismo cómo íbamos montados?
P: Adelante.
R: Yo iba montado en el coche con el señor Dewey y Perry Smith. Ellos iban en el asiento de delante. Yo iba detrás. La conversación fue entre Perry Smith y el señor Dewey. Perry le preguntó al señor Dewey si le podía contar lo que Dick había dicho sobre el asesinato y el señor Dewey contestó: «Sí, Dick dijo que tú ataste y mataste a todos» y Perry dijo: «Eso no es cierto.» Dijo: «Él mató a dos de ellos y yo a los otros dos.»
P: ¿Se produjo alguna otra conversación en ese momento, señor Duntz?
R: Bueno, en ese momento le conté a Perry la conversación que había tenido con Richard Hickock en Las Vegas, en la que Richard me había dicho, poco después de que hubiera firmado la declaración, si yo le contaría algo a Perry del asesinato que Perry le había contado a él, y que correspondía a un incidente que supuestamente había sucedido antes de la época en la que Perry se metió en líos —perdón, en 1955—, y Richard Hickock me dijo que si le contaba a Perry Smith que Perry le había dicho que antes de esa época había matado a un negro a golpes, entonces Perry sabría que él, Richard Hickock, nos lo habría estado contando y dándonos una declaración.
También se pueden deducir algunas cosas a partir de esta declaración. La primera, que corrobora el testimonio de Dewey —fijando que Smith había empezado a largar en la prisión de la ciudad de Las Vegas, y fijando también que fue la respuesta de Dewey a la pregunta de Smith lo que precedió a la confesión. La segunda, contraria al relato de Capote, que los agentes le contaron a Smith el incidente del negro después de que hubiera admitido dos de los asesinatos. La tercera, contraria al relato de Capote, que fue Duntz, y no Dewey, quien le repitió la historia ficticia a Smith.
Ahora tenemos las declaraciones, prestadas bajo juramento, de dos de los tres protagonistas del clímax de la historia. Podemos suponer que estos dos profesionales no cometieron perjurio; ¿podemos estar tan seguros acerca de lo que Smith pudo haberle dicho a Capote? Y si Capote favorece la versión de Smith sobre la dada por Dewey y Duntz ¿no está desacreditando a Dewey como fuente? ¿Cómo podríamos entonces evaluar las restantes partes del libro en las que vemos los hechos a través de los ojos de Dewey?
Respecto a la forma de la confesión, ya basta. ¿Qué hay de su contenido? Durante el juicio, Dewey fue obligado a testificar como fundamento de la confesión de Smith, ya que la declaración nunca fue firmada por el acusado. Las informaciones de los periódicos sobre el testimonio de Dewey en el juicio (en el Telegram de Garden City y en el News de Hutchinson —este último dio al caso la mayor cobertura de todo el estado) no concuerdan con la versión de Capote del contenido de la confesión. Sin embargo, uno podría plantearse la posibilidad de que Capote —gracias a su trato cercano con los protagonistas— ha sido capaz de hacer un mejor trabajo de reportaje que estos periodistas de Kansas que tuvieron que conseguir sus historias en el juzgado y escribir sus piezas a toda prisa para llegar a los cierres.
He aquí el relato de Capote de la confesión de Smith del asesinato del señor Clutter, la primera víctima:
Espere. «No lo estoy contando tal y como fue». Perry arruga el gesto. Se frota las piernas; las esposas tintinean. «Después, ¿sabe?, después de que les hubiéramos puesto la cinta, Dick y yo nos fuimos a un rincón. Para hablarlo. Recuerde que Dick y yo habíamos tenido nuestras diferencias. Se me revolvía el estómago al pensar que le había admirado alguna vez, que me había tragado todas sus fantasmadas. Dije “Bueno, Dick. ¿Sientes reparos?” No me contestó. Le dije: “Déjalos con vida, y no será poco lo que nos echen. Diez años como mínimo.” Él seguía sin decir nada. Tenía el cuchillo en la mano. Se lo pedí, y me lo dio, y le dije: “Bien, Dick. Vamos allá.” Pero no era mi intención. Mi intención era retarle, hacerle que me detuviera, hacerle admitir que era un farsante y un cobarde. Mire, era algo entre Dick y yo. Me arrodillé junto al señor Clutter, y el dolor en las rodillas me recordó aquel maldito dólar. El dólar de plata. La vergüenza. El asco. Y que ellos me habían dicho que nunca volviera a Kansas. Pero no me di cuenta de lo que había hecho hasta que oí el sonido. Como de alguien ahogándose. Gritando bajo el agua. Le entregué el cuchillo a Dick. Le dije “Acaba con él. Te sentirás mejor.” Dick lo intentó —o fingió que lo intentaba. Pero el hombre tenía la fuerza de diez, se había medio soltado y tenía las manos libres. Dick sintió pánico. Quería largarse de allí. Pero yo no le dejé. El hombre habría muerto de todas formas, lo sé, pero no podía dejarlo así como estaba. Le dije a Dick que cogiera la linterna y le enfocara. Entonces le apunté con la escopeta. La habitación explotó. Se puso azul. Ardió. Dios, nunca comprenderé cómo no oyeron el ruido en treinta kilómetros a la redonda.»
En contraste con este relato, el testimonio de Dewey fue como sigue:
«…Así que discutieron quién iba a hacer qué y quién iba a empezar primero, y al final dijo Smith: “Bueno”, dice, “Lo haré yo”, entonces dijo que Hickock tenía la escopeta y la linterna y que en ese momento él, Smith, tenía el cuchillo, dijo que tenía el cuchillo en la mano con la hoja hacia arriba, a lo largo del brazo, de forma que el señor Clutter no pudiera verlo, y pasó por encima de donde estaba tumbado el señor Clutter, sobre la caja de un colchón, y le dijo que iba a tensarle las cuerdas de las manos, que hizo ese amago pero que entonces degolló al señor Clutter. Smith dijo que después de hacerlo se levantó y que Hickock le dijo: “Dame el cuchillo”, y habló sobre ese momento en el que escucharon un gorgoteo que provenía del señor Clutter, y Smith dijo que Hickock pasó por encima de donde estaba el señor Clutter mientras Smith salía de esta caja de cartón, y dijo que se giró sólo un segundo y que Dick le clavó esto; Hickock clavó este cuchillo en la garganta del señor Clutter, una o dos veces. Dice que no sabría decir, pero que oyó cómo se hundía el cuchillo, y dijo que pensaba que lo había clavado entero porque oyó un sonido que era como… él me lo describió como algo así (lo indica). Dijo que tras alejarse Hickcok, el señor Clutter agitó el brazo que tenía libre, el brazo izquierdo, creo, y se lo puso sobre la garganta para intentar parar la hemorragia, y dijo que después de eso Hickock corrió hacia donde él estaba y le dijo “Larguémonos de aquí”, y Smith dijo que podía ver cómo estaba sufriendo el señor Clutter y le dijo a Hickock que no era manera de abandonar al tipo, porque sabía que iba a morir de todas formas, así que le dijo a Hickock “¿Le pego un tiro?” y Hickock le dijo “Sí, adelante”, y Smith dijo que él disparo al señor Clutter en la cabeza mientras Hickock sujetaba la linterna…»
Las dos versiones difieren en muchos pequeños detalles, pero la discrepancia más grave es la concerniente al estado mental de Smith en el momento del asesinato. El Perry de Capote dice: «Pero no era mi intención». Y «Pero no me di cuenta de lo que había hecho hasta que oí el sonido». (En la entrevista del New York Times, Capote se refirió al estado mental de Smith en ese momento como una «explosión en el cerebro»). Por la otra parte está el Perry de Dewey, que comete el asesinato con plena consciencia y determinación. En palabras de Dewey, el acto fue premeditado hasta el grado de que Smith anunció sus intenciones, se cuidó de ocultarle el cuchillo a la víctima y engañó al señor Clutter para que pensara que iba a apretarle los nudos. Hizo ese amago, y entonces degolló al señor Clutter. Las dos versiones sugieren distintos estados mentales.
Veo tres posibles explicaciones que Capote podría ofrecer para estas discrepancias: una, que la confesión oral formulada durante el viaje en automóvil desde Las Vegas fuera diferente de la declaración que Smith hizo al llegar a Garden City (esta última era sobre la que estaba testificando Dewey); dos, que Smith le contara más tarde a Capote detalles que no reveló cuando se confesó ante Dewey; y tres, que los recuerdos posteriores de Smith de la confesión (como le dijo a Capote) fueran más precisos que los recuerdos de Dewey (como le dijo al Tribunal).
Podemos descartar la primera explicación, la de que la confesión en el coche era distinta de la dictada en la oficina privada del sheriff en Garden
City. Capote describe, en la página 255, la segunda confesión diciendo que: «repetía lo que ya había admitido ante Alvin Dewey y Clarence Duntz». Es más, no hay ninguna indicación, ni en el libro ni en la transcripción, de que las dos confesiones difirieran de algún modo. La segunda explicación posible, la de que Smith le contara a Capote detalles que no le hubiera revelado a Dewey, es sin ninguna duda cierto: Capote afirma haber tenido más de doscientas entrevistas con los asesinos. Pero incluir estos comentarios no significa recoger la confesión tal y como se produjo. Y dudo, por razones que se verán después, que Smith pudiera sinceramente haber dado versiones radicalmente distintas de la confesión. (Wendle Meier, antiguo vicesheriff del condado de Finney, me dijo que había visitado a Perry en Lansing; que Smith le había dicho que habría imprecisiones en el libro; que cuando él, Meier, le preguntó cuáles eran, Smith sólo le dijo: Léalo y lo verá usted mismo). La tercera explicación, la de que los recuerdos posteriores de Smith de la confesión (como le dijo a Capote) fueran más precisas que el testimonio de Dewey, no es difícil de refutar. La transcripción del testimonio de Duntz corrobora el testimonio de Dewey en todos los aspectos.
Más concluyente es el hecho de que Dewey ofreciera un relato sumamente preciso del contenido de la confesión. Lo sé porque la he examinado. Ahora está en manos del antiguo fiscal del condado, West; como la transcripción del juicio, fue taquigrafiada y transcrita por la señora Valenzuela. Esta muestra es importante para el punto en cuestión:
«… Creo que estuvimos discutiendo quién iba a hacer qué y quién iba a empezar primero, así que le dije, “Bueno”, le digo, “Yo lo haré”, así que pasé por encima del señor Clutter y Dick se acercó. Él tenía la linterna y sujetaba la escopeta, y diría que estaba, eh, a los pies del señor Clutter, y el señor Clutter no vio el cuchillo. Lo tenía agarrado por el mango y con la hoja hacia arriba (hace el gesto) y me agaché por mi lado. Me acerqué hacia la cabeza del señor Clutter y le dije que iba a atarle las manos un poco más fuerte, y él estaba tendido sobre su lado derecho, ya tenía la cinta pegada. No dijo nada o no masculló nada y, bueno, según hice el amago de volver a atarle las manos, degollé al señor Clutter. Es entonces, cuando degollo al señor Clutter, que él empieza a forcejear y me levanto enseguida y dice Dick “Dame ese cuchillo”. Le veía que estaba nervioso y entonces es cuando oímos el gorgoteo del señor Clutter.»
Aquí tenemos las palabras del propio Smith, tomadas literalmente de los registros oficiales. Apenas existe la implicación de una «explosión en el cerebro», o de un «eclipse mental», o de una «oscuridad esquizofrénica» en este momento crítico.
Después de que Hickock y Smith fueran devueltos a Garden City, estuvieron recluidos en la cárcel del condado. Para separarles, se mantuvo a Smith en un módulo aislado dentro de la residencia del Sheriff; en ese momento la ocupaban el vicesheriff Meier y su esposa. La celda de Smith era contigua a la cocina de la señora Meier y es mediante su punto de vista como sabemos que Smith está allí. Por ejemplo, el último párrafo del capítulo sesenta y cinco está narrado por ella; describe una discusión entre ella y su marido en la cama, poco después de que Smith hubiera sido encarcelado. Ella comenta que Smith no es el peor joven que ha conocido. El señor Meier la reprende por tales pensamientos.
Cuando estuve en Garden City, hablé con el señor Meier sobre el incidente; se mantuvo firme en que no había tenido lugar. El 26 de febrero de 1966, puse una conferencia telefónica a la señora Meier (había estado fuera cuando yo estuve en Garden City). Ella también insistió en que este incidente nunca había tenido lugar —y que ella no le ha dicho a Capote una cosa así. Explicó que su marido —como todos los agentes implicados— trabajaba día y noche en el caso. Rara vez le veía durante ese periodo. Cuando tenía la oportunidad de dormir un rato, la última cosa sobre la que quería hablar era el caso. En resumen, los únicos dos protagonistas de este acontecimiento insisten en que no tuvo lugar —y que no le han contado a Capote tal historia.
El último toque del capítulo setenta y siete provoca una considerable simpatía por Perry Smith. La señora Meier es citada diciendo:
Le oí llorar. Encendí la radio. Para no oírle. Pero le oía igual. Lloraba como un niño. Nunca se había desmoronado antes, ni dio muestras de ello. Y bueno, fui a verle. A la puerta de su celda. Me tendió la mano. Quería que yo le cogiera la mano, y lo hice, cogí su mano, y todo lo que dijo fue: «Estoy lleno de vergüenza».
Durante nuestra conversación telefónica, la señora Meier me dijo repetidamente que ella nunca escuchó a Perry llorar; que el día en cuestión ella estaba en su habitación; que no encendió la radio para ahogar el ruido del llanto; que no cogió la mano de Perry; que no escuchó a Perry decir: «Estoy lleno de vergüenza». Y por último, que ella nunca le había dicho semejantes cosas a Capote. La señora Meier me dijo rotundamente, repetidas veces, a su amable manera, que estas cosas no eran ciertas.
La señora Meier dijo que en realidad ella había visto muy poco de Perry Smith. Sólo tuvo conversaciones puntuales con él mientras trabajaba en la cocina. Dice que le vio el día después de que recibiera la pena de muerte y que estaba bastante amargado. Pero de nuevo, ella nunca le oyó llorar. Quizá Smith le dijo a Capote estas cosas, pero es inexacto poner estas palabras en boca de la señora Meier —y mucho más inexacto hacerla partícipe de hechos que no han tenido lugar.
Ahora, permitámonos pasar a otra parte importante del libro: el desenlace. En el último capítulo de A sangre fría vemos la ejecución de los asesinos. Hickock fue colgado primero. Smith fue llevado a la nave, y se le preguntó si quería decir algo. Sus últimas palabras, según cita Capote, son:
Pienso —dijo— que es una cosa infernal quitar una vida de esta manera. Yo no creo en la pena de muerte, ni legal ni moralmente. Puede que hubiera contribuido en algo, algo… —le falló la seguridad, la timidez le empañaba la voz hasta un nivel casi inaudible— No tendría sentido pedir perdón por lo que hice. Sería incluso inapropiado. Pero lo hago. Pido perdón.
Bill Brown, redactor jefe del Telegram de Garden City, representó a los periódicos de Kansas como testigo de la ejecución. Estaba a un metro y medio de Smith cuando estas palabras fueron pronunciadas (Capote era incapaz de mirar; se alejó lo suficiente como para no poder oírlo). Brown tomó notas. Inmediatamente después comparó sus notas con las que tomaron los enviados de las agencias de noticias que estaban a su lado: eran idénticas. He aquí las últimas palabras de Smith registradas y publicadas por Brown en el Telegram del 14 de abril de 1965:
Preguntado si tenía algo que decir antes de subir a la horca, Smith dijo: «Sí, me gustaría decir una o dos cosas. Creo que es una cosa infernal quitar una vida de esta manera. Digo esto especialmente porque hay muchas cosas que podría haber hecho por la sociedad. Ciertamente creo que la pena de muerte está legal y moralmente mal. Cualquier disculpa no tendría sentido en este momento. No siento ninguna animosidad hacia cualquiera de las personas implicadas en este asunto. Creo que eso es todo».
Brown está hoy convencido de que Smith no se disculpó.
Tony Jewell, de la emisora de radio de Garden City KIUL, fue el primer locutor de radio en ser invitado como testigo a una ejecución en Kansas. Inmediatamente después de de la ejecución, Jewell y Brown dictaron sus informes por teléfono desde la prisión a la emisora en Garden City; los comentarios fueron grabados para ser emitidos posteriormente. Los tengo grabados en cinta; de nuevo, no hubo una disculpa por parte de Smith. Es más, no hay ninguna señal de disculpa en la crónica archivada de Associated Press de aquel día.
Por último, durante una conversación telefónica del 5 de febrero, le pregunté a Alvin A. Dewey cómo había obtenido Capote las últimas palabras de Smith (en el libro, vemos y oímos estos acontecimientos a través de los ojos y los oídos de Dewey). El señor Dewey no lo sabía. «Quizás me oyó algo por casualidad más tarde», sugería. ¿Se disculpó Perry? El señor Dewey no podía recordar las palabras exactas de Perry, aunque «algo en esa línea». Lo que es cierto es que Capote no escuchó las palabras de Perry en primera persona. Dewey, el narrador de estos hechos en el libro, no está ahora seguro de cuáles fueron las palabras dichas por Smith y tampoco de cómo Capote reunió la información. La reconstrucción de Capote, pues, entra en conflicto con el informe de los dos reporteros que tomaron sus notas en el acto —y no un poco después, es decir, el método de registro que Capote nos dice que usó. El mejor testimonio respalda la conclusión de que Perry Smith no pidió perdón.
Además de buscar documentos cuando estuve en Kansas, sentí curiosidad acerca de la cuestión legal planteada por Rebecca West en su reseña de A sangre fría para el Harper:
Hickock fue colgado por un asesinato que no había cometido, cuando debería haber sido sentenciado a una pena de cárcel como cómplice, pero esto fue por culpa suya. La verdad sólo pudo ser establecida si tanto él como Perry hubieran optado por aportar pruebas, pero, por motivos que no explica el señor Capote, no lo hicieron.
¿Quién sabría la respuesta?
Los archivos periodísticos muestran que Duane West, el antiguo fiscal del condado, jugó un importante papel en el caso, si no el más importante. Estuvo en la escena del crimen el día que los cuerpos fueron descubiertos; estuvo implicado en la investigación desde el principio hasta el final; dio ruedas de prensa a diario; preparó el informe y el esquema del juicio para el caso; pidió permiso a los comisarios del condado para contratar a un asistente —Logan Green; dio el discurso de apertura en el juicio; se encargó de muchos de los interrogatorios a los testigos; dio un discurso de clausura de cuarenta y cinco minutos en el juicio; representó al Condado y al Estado en la apelación ante el Tribunal Supremo de Kansas. (En el libro, en cambio, se hace a West aparecer en un rango un tanto inferior al de un abogado pasante).
Legalmente, como el fiscal dijo al jurado (y a mí), es indiferente si Hickock mató a alguno o a todos los Clutter. Bajo la Ley de Asesinato Estatutario, que se aplica en Kansas y en otros muchos estados, cualquiera que tome parte en un delito grave en el que se quite una vida puede ser acusado de asesinato. «Si usted y yo conspiráramos para atracar una tienda», explicó West «y yo matara a alguien durante el robo, usted podría ser juzgado por asesinato.»
West decidió juzgar a Smith y Hickock conjuntamente; cuando se supo que podrían pedir juicios separados, West actuó para incluir sus nombres en la lista de testigos (lo cual no podía hacer si eran juzgados juntos). «Teníamos la sensación de que Perry testificaría contra Dick. Él iba a asumir la culpa de los cuatro asesinatos, para hacérselo más fácil a la madre de Hickock, pero no estaba dispuesto a asumir la culpa de la idea y el plan.»
West me dijo en dos ocasiones que él pensaba que la confesión de Smith era cierta —que Hickock mató a las dos mujeres Clutter. Otro hombre estrechamente vinculado al caso desde el principio hasta el final, Bill Brown, coincide en que Hickock cometió dos de los asesinatos. Y también, por lo que parece, Alvin A. Dewey.
Cuando se le preguntó durante el juicio por qué no permitía a Smith cambiar su confesión (asumir la culpa de los cuatro asesinatos), Dewey explicó que Smith y Hickock habían podido hablar a voces desde sus respectivas celdas y negociar los cambios. Sabían que, en relación con los detalles de la confesión, ambos podrían tergiversarlas. Smith estaba dispuesto a hacer cambios que evitaran todo ese dolor a la familia de Hickock. Lo que claramente connota el testimonio de Dewey es que no creía a Smith. Lo más que podemos decir de Capote en este asunto es que su reportaje fue lo suficientemente pobre como para llevar a una cuidadosa lectora como Rebecca West a la firme conclusión de que Smith había cometido los cuatro asesinatos de los Clutter mientras los protagonistas del caso eran poco menos que anónimos.
Antes de plantear mi hipótesis sobre estas discrepancias, permítanme decir que la consciencia de Capote de los errores no es un problema. Es concebible que no fueran en absoluto intencionados. Como Capote le dijo a Jane Howard de Life, a las tres horas de cada entrevista se retiraba a su motel, pasaba a limpio sus notas y las archivaba. «Aunque parezca gracioso», dijo, «rara vez tuve que mirar mis notas después de aquello: las tenía todas en mi cabeza». La transformación de los hechos bien puede ser el resultado del error de no consultar sus notas con más detenimiento.
El propio Capote nos ha dado una amplia y general hipótesis para explicar las discrepancias. Una novela de no ficción es más difícil que una novela convencional, le dijo a Life, porque «tienes que alejarte de tu visión particular del mundo». Pero posiblemente Capote no lo consiguió; presumiblemente, seguía necesitando de los precisos elementos convencionales de la novela como él la conoce —un clímax dramático, un momento de la verdad. A lo que le siguió, por tanto, una sutil pero importante alteración de los hechos para ajustarse a la idea preconcebida de lo novelístico, transformando una confesión poco estimulante en una catarsis teatral.
Pero el motivo de la transformación requiere una explicación más amplia y una revisión más atenta de la caracterización de Perry Smith. Capote se sintió más atraído hacia él que hacia Hickock. Es Perry Smith —no las víctimas, ni los investigadores, ni los abogados, ni siquiera la pareja de asesinos— quien domina el libro. Cuando Smith se ponía de pie, escribió Capote, «no era más alto que un niño de doce años». Las fotografías de Avedon de los dos juntos de pie revelan que Capote, si acaso, es un pelo «slippery spray»1 más bajo que Smith. Además, Smith tuvo una miserable niñez. Harper Lee, que ha conocido mucho y bien a Capote, le dijo a Newsweek: «Creo que cada vez que Truman miraba a Perry veía su propia infancia».
No obstante, las similitudes que puedan haber atraído a Capote a Smith aparecerían al final. Smith, después de todo, vivió en un mundo muy diferente del de Capote, en un mundo de violencia. La medida de la brecha cultural y emocional entre ellos la da el que Perry inventara un cuento en el que él había apaleado a un negro hasta la muerte. Era una fanfarronada para que su amigo Dick le tuviera más respeto. Capote, por otro lado, le dijo al Saturday Review: «No estoy interesado en el crimen per se; odio la violencia.»
En su visión del mundo, Capote encontró difícil, si no imposible, comprender cómo un hombre podía matar, y hacerlo de forma impasible. Podía comprender, en cambio, que un poeta marginado y maldito pudiera matar bajo los efectos de un «eclipse mental», mientras padecía una profunda «oscura esquizofrenia» —una «explosión en el cerebro», si lo prefieren— y así vengar el mal que «ellos» le habían infringido.
Y así, los hechos fueron transformados. Perry Smith, que apenas podía completar una oración cuando dictaba su confesión, se convierte en le poète maudit y corrige gramaticalmente los artículos que tratan sobre él. A juzgar por su confesión, Perry Smith era un asesino sin escrúpulos, obsceno y semianalfabeto. Pero como Yuric observó acertadamente en The Nation, no nos conformamos con los Perry Smiths como son: «Antes de matarlos nos aseguramos de que se niegan a sí mismos convirtiéndose en héroes psicópatas literarios.»
Al colocarle a Smith las palabras «No me di cuenta de lo que había hecho», Capote proyectaba en ese momento en Smith su propia visión del mundo. Al hacer esto, creó un híbrido de predisposiciones Capote-Smith y el Smith real se vuelve aún menos comprensible. ¿Deberíamos creernos que sufrió una «explosión en el cerebro» cuando agarró la piedra para abrirle la cabeza al comerciante de Omaha? ¿Y también cuando piensa en alto que podría haber matado a su hermana junto a los Clutters? ¿Y cuando planeó con Hickock dos asesinatos más que Capote dijo al Times haber optado por omitir en el libro? Capote parece haber caído en la trampa de creerse esa operativa definición de la locura que uno escucha con frecuencia: «Cualquiera que sea capaz de matar tiene que estar loco».
Los valores de Perry respecto a la vida humana derivan de un mundo en el que los hombres esperan matar y ser matados. Explicaba estos valores muy sucintamente (demostrando la mucha vergüenza que él sentía) a su amigo Donald Cullivan en la página 291 del libro. Perry insistía en que no lamentaba lo que había hecho; sólo lamentaba no poder salir de la celda con su visitante. Cullivan, como Capote, apenas pudo creer que Perry estuviera tan desprovisto de conciencia y de compasión.
Perry dijo: «¿Por qué? A los soldados no les quita mucho el sueño. Ellos asesinan y les dan medallas por ello. La buena gente de Kansas quiere matarme —y algún verdugo estará encantado de hacer el trabajo. Matar es fácil, mucho más fácil que pasar un talón sin fondos».
Capote sustituyó un crimen premeditado ejecutado a sangre fría por un crimen no premeditado ejecutado en un rapto de locura. El arte triunfa sobre la realidad, la ficción sobre la no ficción. Al otorgar conciencia y compasión a Perry, Capote fue capaz de transmitir a su héroe cualidades íntimas de sensibilidad y poesía y de una actitud final de contrición. El asesino llora. Pide que se le coja la mano. Dice: «Estoy lleno de vergüenza». Pide perdón. Es un retrato conmovedor pero no, insisto, el del hombre que realmente era Perry Smith; el hombre que, en la vida real, le dijo a su amigo Cullivan que no lo sentía, el mismo hombre que no se hizo el hipócrita con Cullivan o con su viejo amigo Willie-Jay.
Al describir a Perry, Capote escribió: «Su propio rostro le fascinaba. Cada ángulo le producía una impresión diferente. Era un rostro cambiante.» Capote se describió a sí mismo en Newsweek: «Si se mirara mi rostro desde ambos lados se vería que son completamente diferentes. Es una especie de rostro cambiante.» Y cuando Jane Howard de Life le preguntó si le caían bien Perry y Dick, dijo: «Eso es como decir “¿Te caes bien a ti mismo?” La caracterización que hace Capote de Smith nos dice claramente mucho más del primero que del segundo.
En cuanto a la falta de voluntad de Capote para afrontar completamente la pregunta de la implicación real de Hickock en los asesinatos, una posible explicación es que así la narración se simplifica en un libro de por sí complejo, dejando que los lectores asuman que hubo unanimidad entre los protagonistas en cuestión. Pero, además, la concepción de Capote de la novela concede un gran valor a la ironía. Su elección del título, por ejemplo, sólo puede entenderse como irónico; quiere que creamos que los asesinatos fueron actos emocionales y espontáneos. (Después de estudiar las pruebas, el título se convierte en una doble ironía.) Y cuánto más irónico presentar al verdadero, al único asesino del caso, como la figura más atractiva de las dos.
Capote, al aplicar su gran arte a los hechos del caso Clutter, ha encontrado la inspiración para una multitud de breves dramas internos con efectivos telones finales. Ha logrado un clímax teatral en su escena de la confesión. Ha creado un héroe, un villano poético —un villano capaz de despertar una considerable simpatía (de lo que Hollywood se percató rápidamente). Quizá no deberíamos haber esperado nada diferente de Capote. Su gran amiga, Harper Lee, le dijo a Newsweek: «Él sabe lo que quiere y no ceja en su empeño. Y si no es como a él le gusta, lo arregla para que lo sea».
Capote, en resumen, ha logrado un trabajo artístico. Ha contado excesivamente bien un cuento de alto thriller con su propio estilo. Pero, al margen de la brillantez de sus autopublicitados esfuerzos, ha cometido un error moral y táctico que le perjudicará a corto plazo. Al insistir en que «cada palabra» del libro es cierta se ha hecho vulnerable a aquellos lectores preparados para estudiar con seriedad esa histriónica afirmación. A largo plazo, sin embargo, la arrogancia de Capote será olvidada. Las personas vivas que estuvieron implicadas en el caso no seguirán dando testimonio de otra versión de la historia. Los documentos serán empujados al fondo por otros más urgentes, por otros asuntos y otros crímenes. Los futuros historiadores literarios y los estudiantes situarán en perspectiva las discrepancias fácticas de Capote, y también sus pretensiones y racionalizaciones, y se unirán al público del presente y del futuro a disfrutar de la obra por su propio bien. «Tiempo…», como escribió Auden, «que adora al lenguaje y perdona/todo junto al cual viva…».
1 Slippery Spray es una marca de lubricantes.